Al adentrarme en esta vía me encontré con una colina alta y empinada, no tenía carteles ni avisos de precaución, sólo una precaria soga de la cual tomarse para que la subida no sea tan peligrosa.

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Tomé la punta de la cuerda y verifiqué que no se fuera a cortar. Parecía llevar tiempo allí, esperando a que alguien se afianzara de ella para subir la presuntuosa colina.

Emprendí camino sin inconveniente. Aunque el suelo estaba húmedo por el rocío, las piedras, en su mayoría, estaban secas, sólo había que hallarlas en la inmensa oscuridad.

A medida que me acercaba a la cima me percaté que una pérgola asomaba. Con un techo abovedado y una vista panorámica repleta de ventanas, aquella estructura descansaba sobre el terreno empedrado.

Con dificultad y esfuerzo llegué hasta la cima. Una estructura más pequeña reposaba en medio de la amplia sala, no había nada más.

Me acerqué a ella con recelo.

Un péndulo reposaba sobre una placa de mármol escrita.

Bienvenido, a partir de aquí el péndulo tomará las decisiones. Enfréntate al azar de lo real y a la crueldad del determinismo.

Movimiento horizontal: no.

Movimiento vertical: sí.

¿Qué significaba aquello? Volví a releer lo que decía y se me sacudió el estómago por la incertidumbre.

Guardé el instrumento adivinatorio en mi bolsillo y me asomé a los ventanales. Un único camino se abría paso por las laderas del bosque.

Suspiré y con paso indeciso me dirigí a él.

No sabía si realmente quería enfrentarme a lo que se aproximaba, ni siquiera tenía una idea de qué se trataba, pero prefería continuar a quedarme ahí estacionado.

Avanzar