Al cabo de un rato sentí una presión en mi garganta que poco a poco comenzó a intensificarse, subiendo por mi esófago y culminando en mi lengua. Sentí como cada parte que se sometía a esa succión se adormecía hasta dejar de responderme.

Intenté hablar, pero en lugar de las palabras, un débil suspiro se escabulló desde mis adentros.

La atmósfera a mi alrededor se tornó más agobiante y conjugándose con el característico silbido del aire, una oración se coló en mis oídos:

Bienvenido al paradigma de la literatura, al juego de la vida.

Finalmente, has sido derrotado por el preámbulo del rencor y su perenne constitución.