Al cabo de un rato sentí una presión en mi garganta que poco a poco comenzó a intensificarse, subiendo por mi esófago y culminando en mi lengua. Sentí como cada parte que se sometía a esa succión se adormecía hasta dejar de responderme.
Intenté hablar, pero en lugar de las palabras, un débil suspiro se escabulló desde mis adentros.
La atmósfera a mi alrededor se tornó más agobiante y conjugándose con el característico silbido del aire, una oración se coló en mis oídos: