Pese a estar encandilado con los planes, el remordimiento picó dentro de mí. Tenía algunas cosas de las cuales arrepentirme, no eran tantas, pero definitivamente ahí estaban, sacando pecho y pidiendo por su purga.

Dos o tres carteles clamaron por mi atención debido a la precisión de lo escrito:

Aquellos eran buenos títulos para encasillar mis errores.

No era una persona sumisa, jamás lo había sido. No acostumbraba a repasar mis errores y en pocas ocasiones, casi contadas, había pedido disculpas. Sin embargo, aquello ahora tenía un gusto amargo y agrio.

A mi primera esposa le había sido infiel y aunque ella al día de hoy no me guarda rencor, siento el peso de la traición sobre mis hombros. Le había faltado a mi palabra más de una vez.

Comencé a repasar uno a uno mis aciertos y errores, que de por sí eran varios. No me sentía cómodo al hacerlo, pero en la noche abierta y con las estrellas titilando por encima de mi cabeza me sentía en cierto modo acompañado. No estaba solo, tal vez aquel puñado de cristales que desde el firmamento alumbraban, comenzaban a hacerlo con cada cosa de la que me arrepentía.

Las lágrimas comenzaron a deshacerse en las comisuras de mis ojos. Perdí oportunidades por avaricia, por rencores que consideraba insuperables y jodí a cada persona que se me había cruzado.

El nudo que llevaba en la garganta no me dejaba tragar parte del llanto.

Caminé y caminé hasta que creí que la noche se hacía día. Y, aunque esperaba que el sol apareciera en algún momento sobre el horizonte y me advirtiera que ya estaba cerca del fin de aquel penoso trecho, éste nunca asomó. Me mantuvo cautivo bajo el velo de la noche.

Cuando los pies no me dieron más y el remordimiento parecía entumecer cada uno de mis sentidos, el aire frío besó mi carne y disipó los pensamientos que me atosigaban. El dulce veneno de la avaricia que ya tenía olvidado, terminó por esfumarse…

Caí de rodillas y me tapé los oídos por el repetitivo bucle de las siguientes palabras.

Bienvenido al paradigma de la literatura, al juego de la vida.

Finalmente, has sido derrotado por tus propios errores.