Abandoné el pensamiento cuando éste amenazó con tomar protagonismo.

La relación fallida con Carmen no era un tema que deseaba traer a colación ahora que me encontraba perdido; ya varios disgustos me había traído su recuerdo cuando estaba plácidamente en mi casa.

Sacudí mi cabeza espantando mi memoria y estudié el lugar donde estaba parado. El paisaje seguía siendo tan fenomenal como antes, pero la niebla ya no era agobiante.

Sobre el horizonte los primeros rayos de sol colándose entre las nubes y hojas de los árboles me iluminaron el rostro. Gracias a ello pude avanzar sin tropiezos. Noté, además, que varios árboles de los que había a mi alrededor eran frutales.

La tentación de tomar algo para el camino picó en mi interior, pero sinceramente no sentía hambre. Quería avanzar, algo en mi interior me decía que ya faltaba poco, casi nada.

Mientras caminaba otros pensamientos intrusivos trataron de desviarme, no obstante, logré detenerlos para que no se apoderaran de mi atención.

Cuando creí que el camino ya no podía estirarse más dos umbrales igualmente abarrotados de flores me recibieron. Uno tenía flores rojas y el otro blancas. Uno clamaba por el fin, otro por continuar avanzando.

Aunque ambos lucían bien, ninguno sobresalía con el otro, así que opté por elegir el umbral de acuerdo a las flores:

Blancas: Finalizar recorrido.

Rojas: Continuar recorrido