No dudé y encaré hacia el izquierdo. No era lo que la suerte aclamaba, pero me constaba que aquel no era momento para ser supersticioso.

Nuevamente, el panorama cambió. Fila de frondosos arboles decoraban mi alrededor, el suelo a mis pies estaba mejor asentado y revestido. Cada paso lo daba con mayor seguridad y firmeza que el anterior. Me sentía tranquilo y a medida que avanzaba la serenidad calaba más hondo en mi interior.

Agudicé el oído y disfruté de la dulce serenata de los grillos y animales nocturnos. Mientras una mitad dormía, la otra daba un concierto ensayado; no obstante, esto no perduró. Un rasguido interrumpió el cántico de los grillos y, entre desorientado y desconcertado por el abrupto silencio, me resbalé con algo que estaba en el piso.

El golpe fue seco y un dolor intenso se posicionó en la parte baja de mi columna. Al desviar la vista encontré aquello que me había hecho perder el equilibrio: dos cartas de tarot. Eran más pequeñas que las tradicionales, pero con peso significativo.

Tomé una por si acaso y continúe avanzando,

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Rey Oro Invertido

Templanza

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